RAFAEL JOSÉ ALVAREZ

Coro-Edo. Falcón-Venezuela,  1938-2004


HE VUELTO DE UNA CASA ENVEJECIDA

Los desaparecidos tienen la virtud
de hacer chillar el viento en el ñongué
a dos leguas escasas de estas puestas de Adaure.

Es en Sicaname.
La noche deja asomar,
además de los ojos de cegue,
algunas piedras que fosforecen
con la loza lunar.

He vuelto de una casa envejecida
con una historia al fondo.
He visto a una anciana levantar
bajo oscuros ramajes funerarios
una lámpara de greda.
Sus huesos a la intemperie
eran reminiscencias de la salina.
Ella apaciguaba el horno
de donde, uno a uno,
iban saliendo los animales
en un extraño resplandor de grave alfarería.

Entonces me había sentido
rodeado de exorcismos:
la primera visión estuvo en los lagartos.
La segunda en una gran tinaja
semejante a un perro.
Alguien señalaba al norte
seducido por la lluvia:
(¿Habría sido el pastor?)
Ahora erraba en polvo huracanado
sobre el esqueleto de las cabras.

Aún hay ujeres imprecisas que tejen
-arañas de bramante-
las iluminaciones de los muros.
Manos que hurgan en el sitio de las monedas.
Aún hay temblor en las rendijas de las puertas.
Más sólo me aproximo a los días caídos,
a una atmosfera de aceradas uñas,
de zorros instantáneos.

He vuelto de una casa envejecida.
Los desaparecidos se allegan
a un espacio
de vasijas quemadas...

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